domingo, 30 de noviembre de 2014

ACABEMOS CON LA INDIFERENCIA‏

 
Indiferencia, acabemos con esto! - Frente Nacional de Mujeres - Organización Peruana.   

sábado, 29 de noviembre de 2014

CAMBIO CLIMATICO Y TRANSICIONES AL BUEN VIVIR



Martes 9 de diciembre,
Cumbre de los Pueblos en Lima / 14 hrs, sala 5, Parque Exposiciones
 
Participan
Alberto Acosta - FLACSO Quito, ex presidente Asamblea Constituyente Ecuador, y ex ministro Energía.
Eduardo Gudynas - CLAES, Uruguay
José de Echave - CooperAcción, Perú
Marco Gandarillas - CEDIB, Bolivia
Gerardo Honty - CLAES, Uruguay
Representante Cumbre Mujeres de Celendín - Perú
Modera: Ana Romero, RedGE - Perú
Organizan y apoyan: RedGE Perú, CLAES Uruguay, CEDIB Bolivia, PDTG Perú, COICA.
 
Se presentará el documento de propuesta "Cambio climático y transiciones al Buen Vivir – Alternativas al desarrolo para un clima seguro", lanzado por RedGE y CLAES.
El documento resume opciones concretas para una verdadera alternativa de salida al cambio climático en la región andino amazónica, desde la moratoria petrolera al abandono del auto privado.
Los esperamos a todos para debatir y analizar opciones alternativas frente al cambio climático.
 
RedGE - Red Peruana por una Globalización con Equidad
CLAES - Centro Latino Americano de Ecología Social

jueves, 27 de noviembre de 2014

La Batalla de Tarapacá

Victoria en Tarapacá: "Belisario Suárez iba adelante en su ágil caballo blanco. Era el punto de mira de todo el ejército, electrizado por el ejemplo" 

 Escribe: Tomás Caivano

  General Juan Buendía, Vencedor de Tarapacá, General en Jefe del Ejército del Sur

Coronel Belisario Suárez, Vencedor de Tarapacá, Jefe del Estado Mayor

Coronel Andrés Avelino Cáceres, Vencedor de Tarapacá, Comandante General de la Segunda División

Coronel Francisco Bolognesi, Vencedor de Tarapacá, Comandante General de la Tercera División


Coronel Justo Pastor Dávila, Vencedor de Tarapacá, Comandante General de la División Vanguardia


Coronel Manuel Suárez, Héroe de Tarapacá, Primer Jefe del Batallón 2 de Mayo


Mariano Santos Mateos, Vencedor de Tarapacá, soldado del Batallón Guardias de Arequipa, que capturó el estandarte del 2do. de Línea.

La Batalla de Tarapacá
Tomás Caivano
(Caivano 1883, 293-305) 

Cuatro días después de la batalla de San Francisco, los chilenos alcanzan al ejército peruano en Tarapacá. - Esperan refuerzos. - Contingentes respectivos de los ejércitos. - El ejército peruano estaba desorganizado. - Tarapacá. - Sorpresa y valerosa defensa de los peruanos. - El historiador Vicuña Mackenna quiere atenuar la derrota de los chilenos. - Los peruanos, aun faltándoles municiones, obtuvieron una espléndida victoria. - Porque no aprovechó en modo alguno al Perú. - Los peruanos se dirigen a Arica. - Fanfarronadas chilenas. - El desierto de Tarapacá queda en poder de los chilenos.
Después del simulacro de batalla de San Francisco, el ejército chileno permaneció inactivo, como si estuviese clavado en sus posiciones, por espacio de cuatro largos días; mientras todo exigía que se hubiese puesto inmediatamente en persecución del enemigo, desde la misma noche del 19: la posición de éste era tan triste que, una vez alcanzado, hubiera acabado necesariamente por rendirse. El Estado Mayor chileno no salió de su torpor sino en la mañana del 24, enviando una pequeña fuerza de caballería e infantería por el camino que atravesaran cuatro días antes las tropas peruanas.

Esta fuerza llegó sin inconvenientes a Tarapacá; y sabiendo que el enemigo se encontraba provisoriamente acampado allí, en tan deplorables condiciones de hacer suponer que, incapaz de batirse, se habría necesariamente rendido al simple acercarse de una división enemiga, por débil que fuese, su primera idea fue la de adelantarse inmediatamente, e intimarle la rendición. Después, escuchando consejo más prudente, decidió esperar, antes de intentar la empresa, los refuerzos que diligentemente pidió y obtuvo del cuartel general; y al amanecer del 27, con la completa confianza de hacer prisionero al enemigo sin disparar un tiro, se presentaron los chilenos sobre las alturas que dominan la pequeña aldea de Tarapacá. Sus fuerzas las hacen ellos ascender a 2,500 hombres, entre caballería e infantería, y diez cañones; los adversarios dicen por el contrario que fueron más de 5,000. A nuestro juicio, ambas cifras son equivocadas: es un hecho, que el combate de Tarapacá fue sostenido por la división Arteaga, que el 19 trajo consigo de Pisagua el General en Jefe, y que se quedó en Jazpampa, cuando la retirada y dispersión del ejército de los aliados hizo inútil su presencia en San Francisco; y puesto que resulta de los documentos y partes oficiales chilenos, que dicha división se componía entonces de 3,500 hombres (1), todo dice y hace creer que éste precisamente, aumentado con los 400 hombres que habían salido antes de Dolores, fuese el número de los chilenos que tomaron parte en la jornada de Tarapacá, es decir 3,900 entre todos.

En cuanto a los peruanos, no pasaban de 5,000, de los cuales, cerca de 3,600 se encontraban en la aldea misma de Tarapacá, y 1,400 unas cuantas millas más allá, en Pachica, en marcha para Arica; de manera que las primeras seis horas de combate, comenzando desde las nueve de la mañana, fueron sostenidas únicamente por los 3,600 hombres que se hallaban en Tarapacá. La división de Pachica tuvo noticia de la llegada de los chilenos en Tarapacá, en el momento mismo en que comenzaba la lucha, mientras se preparaba a continuar su marcha hacia Arica: no pudo encontrarse sobre el campo de batalla sino a las tres de la tarde; y como fácilmente se comprende fue la que decidió del éxito de la jornada (2).

Atendiendo a los precedentes de San Francisco y al lamentable estado en que se encontraban los batallones peruanos en Tarapacá la confianza que animaba a los chilenos, de hacerlos prisioneros con poca o ninguna fatiga, no era completamente sin fundamento.

En dirección a Arica, donde principalmente los empujaba la falta de vituallas, el hambre que lentamente los consumía desde tantos días, los peruanos se habían detenido en Tarapacá con el solo objeto de hallar un poco de reposo después de tantos días de largas y fatigosas marchas, y de esperar a la quinta división que había salido la última de Iquique, para entrar reunidos en Arica. Esta división, caminando a marchas más que forzadas en un desierto impracticable, por seis días consecutivos, había llegado a Tarapacá, rendida y fatigada, la mañana del día antes, 26; cuando, en atención a los muy pocos recursos que pudo ofrecer la pequeña aldea de Tarapacá, era preciso ya salir de allí. Sin embargo, para dar un día a lo menos de reposo a esta división, que literalmente no se tenía de pie, se hizo salir adelante una división de 1,400 hombres (la que luego volvió desde Pachica), aplazando la salida del resto del ejército para las últimas horas del día después, 27.

Por consiguiente, la mañana del 27, casi en el momento de emprender la desastrosa marcha, que tenía todo el aspecto e importancia de una fuga –pues sino del enemigo, huían de las privaciones del desierto– el pequeño ejército del Perú hallábase aún como lo vimos al alejarse de las faldas de San Francisco, en estado de completa desorganización. Salvo pocas excepciones, puede decirse que no había oficiales: los que no habían desertado después de los hechos de San Francisco, habían perdido todo prestigio ante sus soldados, los cuales no podían dejar de reprocharles su mala conducta del día 19, delante del enemigo. Había, es verdad, unos cuantos oficiales que, por sí mismos muy dignos de consideración, todavía conservaban su propia autoridad, como Buendía, Suárez, Cáceres, Bolognesi y Ríos que mandaba la división que había llegado de Iquique, y otros de igual mérito: pero, si con sus esfuerzos podían conseguir mantener unida aquella gente (lo que no era poco en aquellas circunstancias, y que hubiera sido imposible con soldados menos buenos), no eran suficientes para atender a todo, y para levantar el espíritu de aquellos hombres que, después de haberse visto tan mal dirigidos y guiados y hasta cierto punto víctimas de la traición de sus jefes más inmediatos, se veían todavía rodeados de dificultades y privaciones de todo género, con la terrible perspectiva más o menos próxima de tener que sufrir el hambre más espantosa quien sabe por cuantos días. Disciplina, por consiguiente, tenían poca o ninguna; y exceptuando el hecho de permanecer todos juntos, de no desertar, cada uno tenía tácitamente la facultad de obrar a su albedrío.

Como prueba de cuanto antecede baste saber, que no hacían ninguna de las tantas operaciones propias a un ejército en campaña, ni aún las que tan imperiosamente exigía su misma seguridad personal. Nadie pensaba al enemigo que dejaban a las espaldas, y que debían suponer ocupado en su persecución. Vivían en el mayor olvido de todo, sin avanzadas, sin patrullas de inspección y sin tener ni aún siquiera un centinela que pudiera avisarles su llegada, en el caso nada improbable de que esto llegase a suceder. Y aquí hay que advertir, que situada la pequeña aldea de Tarapacá en el fondo de un estrecho valle, cuya mayor anchura no pasa de un kilómetro, entre dos cadenas de cerros elevados y escabrosos, su situación debía necesariamente ser de las más críticas y difíciles en el caso de una sorpresa por parte del enemigo, el cual podía ocupar sin ser apercibido las alturas de los cerros, como efectivamente sucedió la mañana del 27, y desde allí fusilarlos a mansalva, antes que tuvieran tiempo de salir de aquella especie de profundo canal en que se encontraban (3).

Esta circunstancia era precisamente la que fortalecía más la confianza que abrigaba el ejército chileno de hacerlos prisioneros a poca costa, pareciéndole, y no sin razón, casi imposible toda tentativa de resistencia, una vez que se hubiesen dejado sorprender en Tarapacá, aun independientemente de toda otra consideración.

Como la sorpresa sucediera, y como los peruanos encontraron medio de salir de su difícil y casi desesperada situación, lo sabremos por el escritor chileno tantas veces citado.

“Hallábase el Coronel Suárez bajo un corredor, firmando una papeleta para distribuir unas pocas libras de carne de llama al batallan Iquique –treinta y cinco libras por batallón– cuando, apeándose de sus mulas tres arrieros que habían salido en la mañana a sus quehaceres por los cerros del oriente, corrieron a decirle que el enemigo coronaba las alturas por el lado opuesto. Y no habían aquellos acabado de hablar, cuando otro arriero revolvía del camino de Iquique con la misma terrible noticia… Eran las nueve y media de la mañana del 27 de noviembre cuando oyóse en todos los cuarteles y puntos de hospedaje del bajío el bronco sonar de las cajas de guerra que tocaban generala… alistáronse todos, sin acuerdo previo, para salir de la ratonera en que estaban metidos, dominando a un mismo tiempo las alturas del suroeste y del noroeste que emparedaban la quebrada como hondo cementerio… No había por allí senderos practicables, pero los soldados alentados generosamente por sus oficiales, trepaban los farallones a manera de gamos, apoyándose en sus rifles… El Coronel Suárez, Jefe del Estado Mayor, esta vez como en todas las precedentes iba adelante, y su ágil caballo blanco, encorvándose en la ladera para afianzar sus cascos y su avance, era el punto de mira de todo el ejército electrizado por el ejemplo. Eran las diez de la mañana, y la terrible batalla de Tarapacá que fue propiamente una serie de batallas en un mismo Campo Santo, iba a comenzar (4).”

El soldado peruano probó una vez más, en la sangrienta lucha de Tarapacá, como en los tiempos de la guerra de la independencia, sus excelentes cualidades personales, y lo mucho que se podría conseguir de él si tuviese una buena oficialidad. Sorprendido por el enemigo cuando menos se lo esperaba, casi encerrado en un foso sin salida, y cuando por sus excepcionales condiciones del momento, así materiales como morales, debía necesariamente encontrarse tan débil de ánimo como de cuerpo, supo, no solamente salir del foso para ponerse enfrente de un enemigo que lo dominaba y fusilaba a discreción, sino también combatir valerosamente durante largas horas, y conseguir una victoria tan espléndida como inesperada. Para obtener todo esto, no pudo contar más que sobre su valor personal, sostenido apenas por el ejemplo y la voz de un pequeño número de buenos oficiales. Sin artillería y sin caballería, de que el enemigo estaba abundantemente provisto, sin plan de batalla y sin hallarse confortado por alimentos buenos y suficientes (habiendo sido sorprendido mientras se estaba preparando el mezquino rancho, al cual estaba reducido desde algún tiempo), el soldado peruano se adelantó intrépido y resuelto contra el enemigo; lo fue a buscar hasta dentro de sus mismas posiciones, que estaban defendidas por diez buenos cañones y por las bien aprovechadas asperezas del suelo; y luchando cuerpo a cuerpo, en un encarnizado combate varias veces suspendido, para tomar aliento y volverlo a empeñar cada vez con vigor siempre creciente, le tomó sus cañones y sus banderas, lo desalojó de sus posiciones, y lo hizo retroceder varias millas en completa derrota. Si el soldado peruano hubiese tenido todavía a su disposición, suficientes cartuchos para seguir haciendo fuego diez minutos más, la jornada hubiera concluido con la pérdida completa e inevitable de toda la gruesa división chilena (5).

Aunque, movido por su excusable amor de patria, se afane Vicuña Mackenna en atenuar la indudable derrota de los suyos, la verdad no deja de hacerse de vez en cuando camino, aunque más o menos ahogada, en el curso de su apasionada narración: así es que exclama: “La pérdida que más profundamente afligiera el corazón de la República en aquella luctuosa jornada, en que por la primera vez en larga historia (¡un país que nació ayer!) dejó Chile sus cañones y su bandera en manos enemigas, fue aquella de los dos Jefes etc. etc… La derrota tan temida por el chileno, va a consumarse... Pero ¡oh fortuna! las filas peruanas vacilan y se detienen en medio de la pampa. ¿Qué acontece? ¿Qué orden, ni cual causa sujétalas misteriosamente en el camino de su inminente victoria?” Después, enumeradas con su habitual prolijidad las diversas causas, comprendida la de la falta de municiones, que a su entender, detuvieron en el mejor momento las tropas peruanas, continúa: “No es posible precisar duda tan ardua, porque lo más cierto tal vez fue que todas esas causas influyeron a la vez en la mente de los jefes peruanos para contener el final avance que iba a traer a sus banderas un señalado e histórico triunfo (6).

Ya en completa derrota, los chilenos no hacían más que huir a la desbandada por el camino de su cuartel general de Dolores, de donde esperaban numerosos refuerzos, cuando los peruanos, que desde largo rato no hacían fuego más que con las armas y municiones de los muertos y heridos chilenos, viendo que no tenían un solo cartucho que quemar, se encontraron obligados a detener una persecución ya bastante prolongada; y es indudable, que si hubiesen tenido un poco de caballería o algunas municiones más, el ejército chileno se hubiera visto obligado, o a caer prisionero, o a dejarse acuchillar impunemente; porque hacía tiempo ya que no oponía ninguna resistencia, si se exceptúan solamente algunos raros casos de individuos aislados, que de cuando en cuando descargaban todavía sus armas. Pero, si favorecido por un evento tan extraño a él y a su acción, pudo el ejército chileno tan inesperadamente salvarse de una ruina cierta y completa, no por esto la jornada de Tarapacá dejó de ser una espléndida victoria para las armas peruanas; victoria que será para la historia tanto más bella y significativa, cuanto más justamente se calcule la diversa situación en que se encontraban los dos ejércitos combatientes. Las pérdidas fueron: muertos y heridos chilenos 758, prisioneros 56; muertos y heridos peruanos 497.

Sin embargo, esta victoria, la única que cuenta el Perú en todo el curso de la guerra, y tan bien ganada como hemos visto, no pudo en modo alguno mejorar la suerte de la lucha en la cual se hallaba empeñado, atendida la excepcional condición, que el lector conoce, en la cual se encontraba el ejército vencedor, y que la victoria no modificó ni podía modificar. Tenía necesidad de víveres, de pan; y la victoria conseguida sobre el enemigo no podía dárselos, porque no era éste quien lo privaba de tales artículos de primera necesidad, sino el desierto que lo rodeaba por todas partes, y la incapacidad del Presidente de la República y director supremo de la guerra, que indolente y ocioso en Arica, nada había hecho y nada hizo para socorrerlo. Tenía necesidad de municiones de guerra, de cartuchos; y la victoria no hizo más que hacerle consumir los pocos que aún le quedaban. Su situación, después de la victoria, era todavía más desesperada que antes. Aún prescindiendo de la imposibilidad de mantenerse en Tarapacá sin víveres; si el enemigo volvía al ataque, lo que era fuera de duda, teniendo cerca de siete mil hombres todavía en el próximo campo de Dolores, no hubiera podido responder a sus fuegos, ni aún con un solo disparo.

De consiguiente, el ejército vencedor se vio obligado a continuar sin demora su marcha hacia Arica, ya fijada para aquel mismo día 27. La victoria no había podido influir más que en retardarla algunas horas; y a la medianoche, entre el 27 y el 28, mientras los deshechos batallones chilenos, temerosos de ser atacados al amanecer se alejaban a toda prisa del último campo de batalla, las victoriosas fuerzas peruanas, después de haber escondido bajo la arena los cañones tomados al enemigo y que por falta de caballos no podían llevarse consigo se ponían lentamente en camino, tristes y hambrientos, en dirección a Arica.

Gracias a esto, el ejército chileno quedó único señor y dueño en el desierto de Tarapacá; y tanto los hombres políticos como los escritores de Chile sacaron argumento de aquí, para negar la derrota sufrida por las armas de su país en la batalla de Tarapacá, la única que se hubiese realmente combatido hasta entonces; pues, como el lector ha visto, no puede darse ese nombre ni al desigual combate de Pisagua, donde novecientos bolivianos y peruanos fueron embestidos por diez mil chilenos, ni a la insignificante escaramuza de San Francisco, que se redujo únicamente al intempestivo y aislado ataque de una sola división peruana contra las formidables posiciones chilenas; ataque que el mismo ejército chileno consideró como un simple reconocimiento preliminar hecho por el enemigo; de tal manera que se preparó para la verdadera batalla que creía aplazada para el día siguiente, y que la deserción de las divisiones bolivianas y la felonía de algunos jefes y oficiales peruanos hizo imposible.

Dice Vicuña Mackenna: “Los dos ejércitos alejábanse del sitio por opuestos rumbos (varias horas después del combate) silenciosos y sombríos… El enemigo que se creía transitoriamente vencedor por las ventajas momentáneas del asalto, comenzaba la fuga hacia Arica, abandonando en el campo de batalla sus heridos (7), los cañones que nos habían arrebatado por acaso, y el país que nosotros habíamos venido a quitarles por la razón o por la fuerza.

¿Cuyo era entonces y en definitiva el vencimiento militar? A la verdad, si en la quebrada de Tarapacá hubiera habido victoria para los enemigos y provocadores injustos de Chile (siempre la misma fábula del lobo y el cordero), habría sido ella interina, si tal pudiera llamarse, al paso que el éxito de las operaciones que allí terminaron fue para las armas de Chile un éxito asombroso y completo (8).

El éxito de las operaciones a que se refiere el historiador chileno fue la posesión del desierto de Tarapacá. Pero, como hemos visto ya, esta posesión no fue en manera alguna conquistada por el ejército chileno con la fuerza de las armas; habiendo salido por el contrario, gravemente batido y diezmado, en la única batalla que hubo a sostener con el enemigo en dicho desierto. Esta posesión la obtuvo como simple consecuencia del abandono que hizo de ella el enemigo: abandono que a su vez fue efecto de varias causas, todas independientes de la acción de las armas de Chile; a saber: de la deslealtad o retirada como quiera llamarse, del boliviano Daza; de los malos hábitos revolucionarios de la mayor parte de los jefes y oficiales del ejército aliado peruano-boliviano, y más que todo, de la incapacidad del Gobierno peruano, que dejó su ejército abandonado a sí mismo en medio del vasto desierto, sin víveres y municiones de guerra; de modo que éste debió huir, no del enemigo, sino del territorio mismo que debía defender, y que lo mataba de inanición. Si el general Prado, que permanecía inútilmente en Arica con cerca de cinco mil hombres de los más escogidos y disciplinados, se hubiese adelantado con una buena provisión de víveres y municiones hacia Tarapacá, como era su deber, inmediatamente que tuvo conocimiento de la vuelta de Daza, los sucesos hubieran ciertamente cambiado de aspecto de una manera muy notable.

La posesión del desierto de Tarapacá no fue de consiguiente, como pretende el historiador chileno, el éxito de las operaciones del ejército de Chile, las cuales no pudieron ser más mezquinas e infelices, a pesar de cuanto lo favoreciera la fortuna, y de los grandes medios de que disponía. Fue por el contrario efecto del inmenso malestar interior que roía por tantos conceptos a las dos repúblicas aliadas Perú y Bolivia; las cuales, así por mar como por tierra, en la batalla de Tarapacá como en las posteriores de Tacna y de Lima, no fueron de ninguna manera vencidas por el enemigo, sino que se echaron a sus pies ellas mismas, deshechas y aniquiladas por sus facciones políticas internas, y por todos aquellos vicios que eran una consecuencia natural de sus muchos años de revolución y desgobierno.

Quedando dueño del desierto de Tarapacá, la posesión de cuyas fabulosas riquezas era desde tanto tiempo su sueño dorado, Chile se lanzó sobre ellas con toda el ansia de una inveterada codicia prodigiosamente crecida con el trascurso del tiempo, de día en día, por el largo esperar y por la necesidad que poco a poco se hacía sentir cada vez mas imperiosa, de aliviar con su producto las exhaustas arcas del Tesoro. Se instaló en aquel territorio como en su casa; y a la par que los productos aduaneros, hizo suyos también todos los del salitre y del guano.

Notas

(1) Véase Benjamín Vicuña Mackenna, 1880. Historia de la Campaña de Tarapacá, t. II, Santiago de Chile: Imprenta y Litografía de Pedro Cadot, pág. 912.

(2) “El General Buendía llegó a contar en Tarapacá más de 5,000 hombres… Tan lejos estaban de pensar que serían perseguidos, que el mismo día 26 mandó el General Buendía que marchasen adelante (por el camino de Arica) dos destacamentos con unos 1,400 hombres, y él quedó en Tarapacá con otros 3,600 que necesitaban todavía de una noche de descanso. Allí durmieron como en los días de más perfecta paz, sin siquiera colocar centinelas avanzadas en los alrededores y sin sospechar que el enemigo se hallaba en las inmediaciones”. Diego Barros Arana, 1880. Historia de la Guerra del Pacífico, 1879-1880. Santiago: Librería Central de Servat y Compañía, pág. 171.

(3) “En el momento en que llegaba el Comandante Santa Cruz (Jefe de un batallón chileno) frente al pueblo de Tarapacá, hallábase entregado el ejército peruano, salvado únicamente por la inercia culpable de nuestros jefes, en las pacíficas tareas de cuartel, las armas en pabellones en las calles, en los patios, bajo los corredores y los árboles, hirviendo en las pailas de fierro de los cuerpos el escaso arroz y la más escasa carne de su vianda, sin un puesto avanzado, sin un puesto a caballo o a pie para dar aviso… El desgreño de la confianza era absoluto, y nadie a esas horas pensaba sino en seguir pacíficamente el derrotero de los altos, volviendo la espalda al osado invasor… La división Rios vino ese mismo día (la de Iquique que había llegado por el contrario el día antes) trayendo, sino víveres, un precioso repuesto de municiones, que era la gran carencia del momento”. Benjamín Vicuña Mackenna, Obra citada, t. II, pág. 1039.

(4) Benjamín Vicuña Mackenna, Obra citada, t. II, pág. 1042 a 1044.

(5) “Al principio del combate éramos escasamente tres mil hombres de infantería, batiéndonos contra una fuerza de cinco mil, dotada de las tres armas y provista de todos los elementos de guerra, porque no solamente éramos inferiores en el número y nos faltaba caballería, sino que nuestros mismos infantes se encontraron sin municiones en un momento dado, teniendo que recoger los rifles y las cápsulas de los muertos, heridos y dispersos enemigos… En diez horas de rudo y encarnizado combate, todos aquellos poderosos elementos (del ejército enemigo) fueron destrozados por la intrepidez y denuedo de nuestros soldados; la infantería y la caballería huyeron en dispersión; la artillería quedó en nuestro poder, como también un estandarte, algunas banderas y numerosos prisioneros”. Del parte oficial del General en Jefe, General Juan Buendía.

“La sola ascensión hasta el nivel de los baluartes contrarios es por sí misma un triunfo, porque la ciudad que nos servía de cuartel general está por todas partes dominada… Antes de combatir, hemos tenido que ponernos en condiciones de hacerlo, entregándonos indefensos a los tiros de los contrarios… El enemigo ocupaba al principiar la acción un campamento de casi una legua, entre el alto de la cuesta de Arica y el de Visagras, y al concluir había retrocedido hasta al cerro de Minta, dos leguas mas allá de sus atrincheramientos”. Del parte oficial del Jefe de Estado Mayor, Coronel Belisario Suárez.

(6) Benjamín Vicuña Mackenna, Obra citada, t. II, pág. 1121 y 1178.

(7) Los heridos, que por falta de ambulancia no pudieron llevarse con ellos, fueron confiados por los peruanos en la pequeña aldea de Tarapacá a los cuidados de sus habitantes.

(8) Benjamín Vicuña Mackenna, Obra citada, t. II, pág. 1180 y 1185.

Fuente

Caivano, Tomás. 1883. Historia de la Guerra de América entre Chile, Perú y Bolivia. Florencia: Tipografía Dell’Arte Della Stampa.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

¡Rommel venció a criminal asbesto!

Por: Zully Pinchi Ramírez


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¡Rommel venció a criminal asbesto!
 
 
Dedicado a Rommel Moreno, un hombre de treinta y tantos años que ganó mis aplausos en silencio y superó el cáncer causado por la exposición al mineral asesino, tóxico y mortal llamado asbesto.
Cuando vino Rommel a reunirse conmigo por primera vez estaba muy delgado, pálido pero seguro y decidido, cuando noté la profunda cicatriz que tenía en el cuello, supe de inmediato que ya había sido intervenido quirúrgicamente.
Zully -me dijo- estoy muy enfermo, tengo cáncer, si no me hago un tratamiento lo más pronto posible, podría morirme sólo que quizás usted a simple vista no lo note porque soy cristiano evangélico.

Llegó a Solidarios ABC

En mi trabajo, Solidarios ABC, con sede en Lima-Perú, en el programa: "No al Asbesto", junto a muchos otros profesionales y afectados directos, en su mayoría ya fallecidos, he venido luchando desde hace 7 años sin luces, aspavientos o espectáculos, con perfil bajo, sufriendo vituperios, amenazas y tribulaciones, un gran combate que generó ataques innobles de gente muy impía que ha querido desmerecer todo el esfuerzo, no sé si por odio, por envidia o venganza, pero hemos dado fuerte batalla para que se apruebe el reglamento de la Ley 29662 que prohíbe el uso de asbesto y regula el asbesto crisotilo.
Fue en estas circunstancias, hace unos 3 años, que un amigo que trabaja en otra institución internacional de apoyo social me pidió asistencia para un hombre que estaba al borde de la muerte y que nadie quería ayudar: Rommel, y le ofrecí a través de Solidarios ABC, un año de trabajo digno y toda clase de colaboración.

Sindicato de ex trabajadores

En Perú después de más de una década de pelea de políticos, congresistas, diversas ONGs y fundaciones privadas, recién el 4 de octubre de 2014 se ha logrado el objetivo, pero parcialmente, porque no es del todo el esperado en especial para los afectados directos que han formado un fuerte y sólido sindicato de ex trabajadores de dos grandes empresas que se benefician y al parecer lo seguirán haciendo, hasta que se revise y se le dé salidas más drásticas.
Y todos esos miles de hombres pobres, sin sonrisa, angustiados por la necesidad de alimento y trabajo, que día a día deben escoger entre sobrevivir o morir, ¿dónde quedan?, si nadie piensa en ellos.
La mayoría son despedidos de sus puestos de trabajo, ya que estando enfermos sólo son una carga para los empleadores, carecen de cualquier tipo de seguro y el SIS no les sirve para nada.

Esposas e hijos expuestos

Debo especificar que existe el agravante de que todos tienen esposas e hijos y que está completamente comprobado que por las partículas químicas que se pegan a las prendas de vestir pueden causar cáncer de ovarios a sus esposas o cáncer a sus niños.
Entonces, la pregunta es ¿cómo van a recuperarse, tratarse, sanarse y salir adelante todos estos miles de hombres que han tenido la desgracia de enfermarse por la "simple e inocua" exposición al asbesto?
¿Es que debemos quedarnos tranquilos mientras nuestros hermanos peruanos siguen muriendo por no tener un sol para curarse y porque no tienen dinero ni mucho menos fuerzas para demandar a sus empleadores millonarios porque son sólo hombres descartados, excluidos y marginados de la sociedad y del Estado?

Millones en peligro por asbesto

En el año 2013 se aprueba después de muchos años de lucha, el plan de acción mundial para la prevención y control de enfermedades causadas por la exposición al asbesto según la Asociación Mundial de la salud, de conformidad con la resolución WHA 66.10.
Según la OIT (Organización Mundial del Trabajo) y la OMS (Organización Mundial de la Salud), existen anualmente más de 107.000 mil muertes por trabajadores expuestos y más de 125 millones de personas en peligro de cáncer laboral por el fatal y venenoso asbesto.
El cáncer afecta más a los mecánicos de talleres automotrices y a trabajadores expuestos a sustancias químicas adheridas al asbesto que se encuentran en techos o calaminas para techos de oficinas, no sólo puede exterminar sus vidas, ya que también causa mesotelioma, asbestosis y cáncer pulmonar.
En la resolución WHA 60.26 la Asamblea de Salud situada en Europa, solicitó a la OMS se llevaran a cabo campañas mundiales de prevención contra el asbesto a través de fundaciones y organizaciones internacionales privadas, así como instituciones públicas en todos los países del mundo.

¡Eliminado en 52 países!

A lo largo de los años el asbesto, (mineral del cual derivan también el anfíboles y el crisotilo) ha sido eliminado en más de 52 países y los afectados en su mayoría han logrado ganar procesos judiciales por cantidades millonarias por daños y perjuicios a las muy poderosas y monopólicas compañías que lucraban y mataban solapadamente a sus empleados con el siniestro mineral.
Las leyes internacionales del trabajo han exhortado e instado a todos los países, a que se reemplace al asbesto, por otros elementos sustitutos y no nocivos.

¡Sin ayuda del Estado, OIT ni la OMS!

Rommel trabajo más de quince años en un taller de mecánica automotriz, fue una víctima más del asbesto, la pasó muy mal seguramente pero afortunadamente contó con personas que lo apoyaron para salvarse, eso no es todo, no se recaló en la depresión, el conformismo y la mediocridad, abrió un pequeño restaurante de menú y consiguió un nuevo empleo en que se ha desempeñado como siempre, con una conducta intachable.
Ahora está en Alemania capacitándose para ser mejor aún en su trabajo, un hombre que sin ayuda del Estado peruano, ni de la OIT, ni de la OMS, ni de la Unicef y sus muy famosas embajadoras de la buena voluntad y sin haber hecho ningún juicio ni reclamarle nada a su empleador, venció el cáncer y hoy es todo un ganador.

Superando la adversidad

Lo más sorprendente es que se daba el tiempo para "ser feliz y amar con fidelidad a pesar de su enfermedad a Jesús de Nazareth, así con firmeza y claridad me dio el nombre de su Dios y me exigía que no haya ninguna duda con respecto a su credo.
Rommel tuvo siempre tiempo para orar, adorar, alabar, ayunar y hacer vigilias para rogar a su buen Dios, hasta que un inesperado día llegó más contento que nunca informándome que debía volver a Trujillo con su familia puesto que ya no corría ningún peligro, ya estaba estable, y que sólo debía seguir siempre con sus medicamentos, me asombré y me dio mucha felicidad por él.
Los tiempos pasados con aquel hombre fueron impresionantes, se ganó todo mi respeto y admiración, era noble, de buen carácter, alegre, responsable, creativo, honrado, discreto, leal, sincero, con buenas iniciativas para toda tarea que se le pidiera, buen esposo, magnífico padre.

martes, 18 de noviembre de 2014

NUEVAS DENUNCIAS CONTRA YANACOCHA POR CONTAMINACIÓN

Por:Teófilo Bellido Fernández

La voracidad por el oro de la Minera Yanacocha en Cajamarca no tiene límites. Esta vez los pobladores del caserío San José denunciaron que la empresa, desde el mes de marzo, estaría contaminando con sustancias lechosas las aguas y canales de regadío, causando alarma entre la población de esa zona. Desde el botadero de Yanacocha fluyen aguas color anaranjado con abundante espuma y olor fétido que vienen causando la muerte de animales pequeños hasta ovejas y ganado, y la aparición de enfermedades desconocidas. La población del sector se viene pronunciando masivamente en contra. Por su parte la minera, temerosa y reconociendo culpablilidad, ha respondido que buscará soluciones en forma conjunta con los organismos del Ministerio del Ambiente y los usuarios del regadío San José. VER VIDEO DIFUNDIDO EN EL CONGRESO:
Cajamarca Perú: Contaminación de aguas del caserío San José - Cajamarca en área de cierre de mina de Minera Yanacocha. Y pensar que esas aguas lo utilizan la...