Por: Raúl Wiener
Durante la campaña de 1990, el candidato Fujimori 
no sólo se comprometió al no shock, sino que también aseguró en la que sería 
otra de sus grandes mentiras: que no privatizaría Petroperú, empresa que definió 
como “de todos los peruanos”, que “ya sabemos quienes la comprarían” y porque su 
venta podría traer muchos males como el encarecimiento de los combustibles e 
“incluso desabastecimiento”. En 1992, el ministro de Energía, Jaime Yoshiyama, 
suscribió una carta cuyo texto había sido elaborado por el Banco Mundial, 
comprometiendo la venta fraccionada de Petroperú hasta la total desaparición de 
esa empresa.
Un año después otro 
ministro anunciaría un debate técnico para decidir el destino de Petroperú. Para 
entonces ya se habían vendido los grifos, la empresa del gas y los buques de 
carga, que eran altamente rentables. Pero aún así el ministro Hokama defendería 
ante un auditorio en pie de rebelión la decisión de trozar la mayor empresa del 
país en aras de crear un “mercado competitivo” de los combustibles. Fuera del 
auditorio en el que se dio este debate que el gobierno nunca escuchó, se 
recogían los resultados de diversas encuestas en las que la mayoría absoluta del 
país rechazaba la venta (en 1996, las cifras indicaban 65% de oposición a la 
privatización).
Pero el gobierno no sólo 
ignoró a los técnicos y a la voz de la calle. Cuando empezaron a reunirse 
cientos de miles de firmas para un referéndum sobre la venta de Petroperú, el 
Congreso encabezado por Martha Chávez determinó que para este caso no cabía la 
consulta porque se trataba de una “materia presupuestaria”, como si no fuera un 
asunto eminentemente político y de diseño del desarrollo. En mayo de 1996, el 
ministro de Trabajo, Jorge González Izquierdo, por entonces militante del PPC, 
nombrado a la vez para el cargo de presidente de la comisión de las 
privatizaciones, COPRI, declaró que “Petroperú se venderá, le duela a quién le 
duela”.
Le iba a doler, claro 
que sí, a la población en sus bolsillos porque los precios de los combustibles 
volarían hasta el punto de indignar al propio Fujimori; al Estado, porque los 
ingresos que generaba Petroperú disminuyeron a un mínimo luego que se vendieron 
los campos petroleros y la principal refinería (La Pampilla) y eso que no 
llegaron a rematarlo todo porque dudaron y creció la oposición política y social 
al despropósito. Sufrió el país, porque el desarrollo petrolero quedó entrampado 
por la falta de inversiones que era el objetivo de la venta. Los pozos se han 
ido secando sin que se abran nuevos campos. Asimismo la refinería más grande del 
país ha envejecido y a Repsol no le queda sino venderla. La privatización no 
creo ni competitividad, ni mayor oferta petrolera, ni mejora tecnológica o 
ambiental. Pero aún sigue teniendo chillones defensores en muchos 
medios
27.04.13


   


