Por: Raúl Wiener
Nos llegó la hora del estatismo. Según Federico
Salazar (El Comercio, 18 de mayo), socialistas tan conspicuos como Delgado y Humala
van a decidir lo que nuestros hijos pueden comer, colocando restricciones a los
horarios y contenidos de la publicidad de una lista de productos industriales
que ya han sido identificados internacionalmente como dañinos para la salud, y
prohibiendo su venta en los kioskos de los colegios.
En la misma edición del periódico de la familia,
Boullard nos cuenta del pánico en que viven los propietarios de escuelas
privadas cuando atienden a los padres que quieren matricular a sus hijos, por
aquello de que podrían ser agentes estatales encubiertos, tratando de descubrir
si se está solicitando alguna forma de evaluación para admitir a los pequeños,
lo que está prohibido por otra ley Delgado que obliga a los centros escolares a
no discriminar.
La zarina de los fines de semana, también se ocupa
este sábado de la fiebre estatista de los Humala-Heredia, y le imputa una
maldad adicional: reducir la cuota publicitaria de los medios (dicho sea en el
buque insignia del conglomerado mediático que concentra más del 80% de la pauta
publicitaria nacional). Así, poco a poco, el gobierno debilitará a la prensa,
que es la que mejor asimila la comida chatarra, y la someterá.
Althaus, que escribe los viernes, reclama a su vez
definiciones de los críticos (Levitsky), que consideran exagerada la campaña
sobre estatismo en el caso Repsol. Y añade que los peruanos ya hemos optado por
la economía abierta y, supongo, sin empresas estatales ni odiosas regulaciones.
Y aquí está la clave de todo esto: ¿cuándo fue que “optamos”?, ¿acaso cuando se
votó por el no shock?, ¿o durante el golpe de Estado?, ¿o con la Constitución
100% fujimorista?, ¿o cuando Toledo traicionó las promesas de los 4 Suyos,
García el presunto “cambio responsable” y Humala la “gran transformación”?
Porque resulta que los ciudadanos y padres de familia
somos bien grandecitos para escoger la comida de nuestros hijos, así sea
dañina, y no nos afecta el bombardeo publicitario; pero no lo somos para
definir el programa con que queremos que se nos gobierne. Ahí sí, nos
convertimos en electarados, que escogemos lo que no debemos, y que somos
corregidos después de cada elección por la presión de esa prensa y esos
empresarios que ahora reclaman por los chizitos y la Coca Cola.
El estatismo es malo para la salud y para nuestros
bolsillos dice el coro del diario que imagina que su careta de “serio” todavía
goza de alguna credibilidad entre la gente, por eso debería estar prohibido
pensar en normas de control, compras de activos o protección de los
consumidores, sobre todo en el horario de protección de los adultos. No ven que
por cualquiera de estas vías podemos volver a la nefasta herencia de Velasco.
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