domingo, 28 de julio de 2013

CRÓNICA DE LA INDEPENDENCIA

El sábado 28 de julio de 1821 unas 12 ó 13 mil personas corearon en la Plaza de Armas de Lima: ¡Viva La Libertad! ¡Viva la independencia! mientras se arrojaba a la multitud más de 4 mil monedas de plata.
 
 
 
A poco de la llegada de San Martín al Perú, el entonces virrey Joaquín de la Pezuela expidió un bando ofreciendo 250 mil pesos por la cabeza del libertador, y por primera vez en casi tres siglos, una bandera peruana fue izada clandestinamente en el Cerro San Cristóbal.
El libertador inició la jarana con una contradanza, tal vez con la que fuera su amante, la hermosa guayaquileña doña Rosa Campusano, activa patriota, que fue distinguida con la “Orden del Sol”, junto con más de un centenar de mujeres patriotas.

 
Días antes, la ciudad fue amenazada por turbas de negros e indios, cuentan las crónicas de la época, y hubo un cierra puertas general cuando el virrey fugó precipitadamente a la sierra.

Lord Cochrane estaba lleno de rencor contra
San Martín y se apoderó de 400 mil pesos en Ancón y el Libertador le exigía que devuelva el dinero y se marchara del Perú, mientras el hambre y una terrible peste dejaba cientos de muertos en la capital.

Cochrane se limitó a observar la proclamación desde los balcones del Palacio de los Virreyes y alegó que ese dinero, además de joyas y alhajas de oro y plata, que exigía como paga a sus oficiales y marinos, era un botín de
San Martín, lo que no era cierto y después de 40 años reconoció en sus memorias que era dinero de las familias limeñas confiado al Protector.

A poco de la llegada de
San Martín al Perú, el entonces virrey Joaquín de la Pezuela expidió un bando ofreciendo 250 mil pesos por la cabeza del libertador, y por primera vez en casi tres siglos, una bandera peruana fue izada clandestinamente en el Cerro San Cristóbal. (memorias, Diarios y Crónicas.Colección Documental de la Independencia del Perú.)
 
SAN MARTÍN DE INCÓGNITO
Antes, durante y después del ingreso de San Martín a Lima, virtualmente de incógnito, todo era inseguridad, miedo, amenazas, confusión, hambre, enfermedades y muerte en Lima. El historiador Rubén Vargas Ugarte afirma que solo entre el 2 de julio y 21 septiembre de 1821 murieron en el Real Felipe 520 hombres, casi todos de la tropa española y desertaron 250 soldados.

“Desde el mes de agosto, la peste comenzó a hacer estragos y desde mediados de dicho mes los muertos eran entre 12 ó 15 diariamente”. El desconcierto se apoderó de los españoles y el virrey José de La Serna fugó de
Lima el 5 de julio de 1821.

El capitán británico Basil Hall relata: “Una o dos horas después de la partida del virrey (La Serna) las calles estaban llenas de fugitivos pero a medio día escasamente se veía una persona por los barrios más populosos de
Lima, sin encontrar alma viviente; todas las puertas estaban trancadas, las ventanas cerradas y parecía ciertamente una vasta ciudad de muerte …”.
 
UN “SOBORNO”
En las semanas precedentes al ingreso del libertador a Lima, dice el historiador Mariano F. Paz Soldán que, “el pan escaseaba y había que pagar por él cuatro veces más; la carne era aún más escasa y se comenzó a utilizar la de caballo, porque no había otra… A todos estos males vino a añadirse la peste…venían a morir como 20 soldados por día y no bastando los once hospitales de la ciudad, su número ascendió alguna vez a 3,000”.

Asimismo el famoso batallón español Numancia se pasó al bando patriota, pero no lo hizo por amor a
La Libertad. Vargas Ugarte asegura que la causa real, que determinó su paso o deserción fueron las 150 onzas de oro que San Martín entregó al jefe de este cuerpo. Fue uno de los primeros “sobornos” de la revolución pero todo valía por La Libertad.
 
NEGROS Y ESCLAVOS
En la ciudad se había difundido el rumor que los negros esclavos preparaban un levantamiento y ataque contra los blancos. Cientos de mujeres corrían a refugiarse en las iglesias pues se decía que serían violentadas por estas turbas sin freno.

Basil Hall, testigo excepcional, dice que las calles estaban llenas de coches y mulas cargadas de familias que huían de
Lima y que este miedo y confusión se notó toda la noche. San Martín decía de la seguridad y la propiedad: “Con dolor he sabido que ha sido atacada por algunos malvados, que tomando el nombre respetable del gobierno y otras autoridades, han cometido excesos y abusos escandalosos”.

Rolando Rojas Rojas en “La República imaginada” dice que los pocos milicianos que dejó La Serna perdieron el control de las calles “ante la multitud que saqueaba tiendas y panaderías”.

Y, citando a Alberto Flores Galindo en Aristocracia y plebe en
Lima, 1760-1830, añade: “Las filas de saqueadores se incrementaron con los esclavos que huían de las prisiones, los negros jornaleros que se sentían libres de sus amos y aquellos otros convencidos que la partida de los realistas equivalía a La Libertad ansiada”.
 
INDEPENDENCIA Y MONARQUÍA
San Martín, a pesar de proclamar la independencia, quería implantar una monarquía constitucional, con un príncipe español en el Perú, proyecto que rechazaron con furor el prócer ultraliberal Sánchez Carrión, Mariátegui, Luna Pizarro y otros.

El 15 de julio se realizó en el ayuntamiento una ceremonia donde se convocó al pueblo para la firma del Acta de la Independencia. La elección para llevar el Estandarte bicolor recayó en don José Matías Vásquez de Acuña, Conde de la Vega del Ren.

El día 27 en la tarde, se inició el repique de más de 100 campanas de las iglesias limeñas, el estallido de fuegos artificiales y la iluminación de toda la ciudad.

FIESTAS Y EL ‘PONCHE’
Fernando Gamio Palacio en su obra La Municipalidad de Lima y la Emancipación 1821, dice que la fiesta del día 28 fue en la Sala Capitular del Cabildo y se inició el gran baile con la presencia de más de un centenar de limeñas mayormente tapadas. El libertador inició la jarana con una contradanza, tal vez con la que fuera su amante, la hermosa guayaquileña doña Rosa Campusano, activa patriota, que fue distinguida con la “Orden del Sol”, junto con más de un centenar de mujeres patriotas.

Gamio Palacio, añade que a don Lorenzo Conti, se le pagó dos mil pesos por la función y se contrató, separadamente, el “ponche”, trago de la época. El libertador no era un bebedor pero sí, un notorio fumador de tabaco según Paz Soldán.

Al día siguiente 29 de julio y luego de concurrir al primer Te Deum patriota,
San Martín dio en horas de la noche otra fiesta en el Palacio, tan ruidosa y alegre, como la que organizó el Ayuntamiento el día 28 y no menos espléndida y lujosa, como la última de la etapa virreinal, organizada el 9 de abril de 1819, por doña Ángela de Cevallos, esposa del virrey Joaquín de la Pezuela.

Refiere Vargas Ugarte que la virreina invitó a 142 linajudas aristócratas para celebrar el nombramiento de su marido. La fiesta costó 300 pesos de las arcas y el bailecito duró hasta las 4 de madrugada entre risotadas frenéticas de estas damiselas y decenas de galanes.
 
ROBO DE RESERVAS
Cuando acabaron los festejos libertarios, se dio cuenta del robo descarado de los metales preciosos de la Casa de la Moneda cuya custodia le fue confiada por el libertador al italiano José Boqui, nombrado Superintendente de la Casa de la Moneda, por sus importantes servicios a la causa.

Este ladino italiano robó los metales y los reemplazó con ladrillos y piedras. La independencia nació con el escandaloso robo de reservas peruanas; acaso como un augurio de lo que sería después la corrupción que en nuestros días ha alcanzado niveles escandalosos.
 
JUSTO RECONOCIMIENTO
Montoneros y guerrilleros
La independencia del Perú no habría sido posible de no haber contado con la importante ayuda de los montoneros y guerrilleros patriotas que atacaban, causaban muertes y demás bajas a los realistas por los flancos y las retaguardias

Entre ellos destacaba el curaca de Huarochirí y luego congresista de la República Ignacio Quispe Ninavilca, quien dirigía guerrillas en las inmediaciones de
Lima y los escarpados caminos a Huancayo. San Martín nombró al sargento mayor Isidoro Villar, comandante general de guerrillas que resultaron claves para sitiar en Lima a los españoles y cortarles la salida a la sierra.

Quispe Ninavilca operaba por la quebrada de Canta, Santa Eulalia, Huachipa y Huaycán, con miles de indios, negros esclavos, mulatos y mestizos que atacaban a los españoles, y les arrebataban el ganado, piezas de artillería, fusiles, etc. Los ataques eran sorpresivos desde algún recodo de los cerros cordilleranos.

La historia otorga un justo reconocimiento a los guerrilleros Marcelino Carreño, García Mancebo, Francisco Herrera, Miguel Echari, José Vallejos, Cayetano Quirós, el sacerdote Bruno Terreros, premiado por el libertador Bolívar, el audaz Gaspar Huavique, Inocencio Zárate, José A. Manrique, José María. Palomo, Toribio Dávalos, Casimiro Navajas, José María Guzmán, Elguera, Ayulo y muchos más.

Pero algunos de estos grupos también se salieron de control y desencadenaron pánico y cometieron fechorías en
Lima. Rojas Rojas en “Plebe limeña y la revolución-”, dice que San Martín reconoció que “…varios esclavos de las haciendas circunvecinas han confundido La Libertad, no solamente han abandonado sus casas y galpones, sino que se han entregado a cometer los mayores excesos…”
Ramón Machado Contreras
Colaborador
Diario La Primera

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