La mañana del 24 de julio de 1911 también fue muy helada en el valle del Urubamba. El campesino Melchor Arteaga tiritaba de frío y se negaba a hacer de guía del pálido y delgado extranjero que había llegado hasta su casa. Se llamaba Hiram Bingham, venía acompañado por el sargento de la guardia civil Fabián Carrasco y quería subir hasta la fabulosa ciudad de piedra que, según le habían contado, se escondía entre las enormes y verdes montañas que rodeaban sus tierras.
El frío y la negativa de Melchor Arteaga duraron poco: al ver la moneda de un sol que le ofreció Bingham por el trabajo -casi el cuádruple de lo que ganaba habitualmente- dijo que sí de inmediato. Tomaron sus cosas, salieron hacia el río que sonaba estruendoso y caminaron hasta el frágil puente de palos que los lugareños habían construido para atravesarlo. Arteaga sabía que era peligroso, pero Bingham iba literalmente muerto de miedo: tuvo que cruzarlo a gatas, afirmándose con fuerza de cada uno de sus enclenques escalones.
Una vez superado el obstáculo siguieron subiendo por la montaña. Al poco rato, la selva comenzó a causar estragos en Bingham: el calor y la humedad se hacían insoportables. A medio camino encontraron una choza, donde dos habitantes los recibieron con agua fresca. Se llamaban Toribio Richarte y Anacleto álvarez y, según dijeron, vivían allí hace años. Melchor Arteaga, como ya había estado en el lugar que Bingham buscaba, no quiso seguir subiendo más y le ordenó al hijo pequeño de álvarez, Pablo, que continuara con el extranjero.
Entonces Bingham, el sargento Carrasco y el pequeño Pablo ascendieron hasta el final de la ladera. Una vez arriba, en medio de la selva, encontraron andenes, casas de granito y construcciones simétricas de piedra. En la plaza había incluso una huerta de legumbres y, cerca de ella, un curioso recinto de tres ventanas trapezoidales donde se podía leer claramente una inscripción sobre la piedra. Decía "Agustín Lizárraga, 14 de julio de 1902".
Hiram Bingham, entonces, apuntó el nombre en una libreta y siguió tomando fotos del lugar con su Eastman Kodak. La visita duró unas cinco horas, el mismo tiempo que demora hoy cualquier turista que visita la famosa ciudad inca de Machu Picchu.
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"Te cuento esto a favor de los olvidados que llegaron a Machu Picchu antes que Hiram Bingham", dice Rómulo Lizárraga (nieto) esta fría mañana de junio. "El verdadero descubridor es un cusqueño y se llama Agustín Lizárraga Ruiz".
Rómulo Lizárraga, guía de turismo en el Cusco, viene repitiendo esta misma historia desde hace al menos 20 años, aunque en realidad la conoce desde que era niño. Su padre, Feliciano Lizárraga, se la solía contar en las tardes de cena y, así, ha ido corriendo fresca por tres o cuatro generaciones.
La historia es más o menos así: su tío abuelo Agustín Lizárraga nació en Mollepata, un pueblo ubicado a espaldas del monte Salkantay y a unos 20 kilómetros en línea recta de Machu Picchu. Cuando tenía 18 años, junto con su hermano menor ángel Mariano -su abuelo-, salió del pueblo en busca de una alternativa para su vida: no quería enrolarse en el ejército peruano, que en la época buscaba nuevos reclutas. Así, se asentaron en el valle de Aobamba, tierras que entonces nadie conocía ni controlaba, y comenzaron a cultivar maíz, hortalizas y granadilla. Con el tiempo, los Lizárraga se transformaron en prósperos agricultores y extendieron sus cultivos hacia San Miguel, una zona muy transitada en esos años por comerciantes y arrieros: era el punto obligado de conexión con el Cusco.
De hecho, en 1890 el gobierno peruano había completado el camino que corre a orillas del río Urubamba y, con eso, todo este sector -que se encuentra justo debajo de Machu Picchu- se había vuelto a repoblar lentamente. Machu Picchu, pese a que aún no se conocía, tenía dueño: los terrenos donde estaba pertenecían a la hacienda Collpani, de la familia Ochoa.
Agustín Lizárraga era arrendatario de los Ochoa y, además, uno de los hombres más preparados de la zona. Un hombre de clase media de principios del siglo 20, tal como lo sugiere la única fotografía que se conoce de él, donde aparece con traje, sombrero y un pequeño y cuidado bigote. Talvez fue por eso que el Ministerio de Transporte decidió asignarle un cargo especial: sería algo así como un oficial de caminos, un cobrador de impuestos del Estado que tenía a su cargo todos los puentes desde el Cusco hasta Quillabamba.
El 14 de julio de 1902, Agustín Lizárraga y sus compañeros Gabino Sánchez y Enrique Palma decidieron ir en busca de nuevos terrenos para ampliar sus cultivos. Así, mientras quemaban y desmalezaban a machetazos el bosque sobre la ladera de un cerro cercano, encontraron las huellas de un desconocido camino. Era, por cierto, la misma ruta que hoy puede verse al oeste de la ciudad de Machu Picchu, que sube justamente desde el sector de San Miguel (o desde el puente de Santa Teresa).
El grupo siguió el sendero cerro arriba y unas horas más tarde divisó, cubiertos por la selva, los restos de una enorme ciudad de piedra sin nombre y de la que nunca nadie antes había escuchado hablar.
Lizárraga caminó hasta una especie de templo con tres ventanas y en una de las paredes inscribió su nombre. Tiempo después volvería frecuentemente a limpiar sectores para sus cultivos, y contrataría a los peones Toribio Richarte y Anacleto álvarez para que se asentaran y trabajaran en el lugar. También traería a su "hermano espiritual", Melchor Arteaga, que vivía en el cercano poblado de Mandor Pampa, para que le ayudase en la tarea. E incluso regresaría como guía: en 1904, Lizárraga habría conducido a 12 personas interesadas en conocer la ciudadela -entre ellos la hija del dueño de la hacienda Collpani, María Ochoa Manga-, en la que sería la primera excursión turística a Machu Picchu.
"Cuando Hiram Bingham llegó en 1911 guiado por Melchor Arteaga y vio el nombre de Agustín Lizárraga en la pared, lo tomó como una broma", dice el sobrino nieto Rómulo Lizárraga. "Pero luego pasaron los meses y comenzó a pensar: 'Esa inscripción me está molestando"'.
¿Qué hizo Bingham entonces? Al año siguiente -cuando regresó con una nueva expedición, más completa y esta vez patrocinada no sólo por la Universidad de Yale y el gobierno del Cusco, sino también por la National Geographic Society- mandó a borrar para siempre la huella de Lizárraga. Y entonces, tras publicar en abril de 1913 su famoso reportaje en la revista National Geographic, Hiram Bingham inscribió para siempre su figura en la historia de la exploración humana, y dio paso a todo lo que vendría después.
Ese preciso día, por ejemplo, habría nacido Indiana Jones, personaje cinematográfico que, dicen, se inspiró en el aventurero estadounidense.
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El arqueólogo Fernando Astete es, desde hace 16 años, el director del Parque Arqueológico de Machu Picchu. Según él, hay que tener mucho cuidado con el nombre de Agustín Lizárraga. "Para mí todos los que fueron antes de Bingham fueron huaqueros", dice una tarde en su oficina en el Cusco, mientras revisa unos mapas de la época. "Al menos 30 años antes que él hubo expertos como el alemán Herman Göhring, que en 1874 ya había cartografiado la zona y tenía identificados los cerros Machu Picchu y Huayna Picchu. Una cosa es haber estado en el sitio y otra es darlo a conocer al mundo. Descubrir es despejar el velo para que algo se conozca. Muchas personas pueden haber ido al sitio antes que Lizárraga. Hiram Bingham es el descubridor científico de Machu Picchu, porque vino con un grupo de profesionales para excavar y estudiar el sitio y lo dio a conocer al mundo. A eso se refiere el centenario que ahora se celebra".
¿Qué hay de cierto entonces en toda esta historia? ¿Es sólo una reivindicación antojadiza de una familia en busca de dinero? Para los Lizárraga, la aclaración de todo está en el seno de la propia familia Bingham. En su libro Portrait of an Explorer, de 1989, Alfred M. Bingham, uno de los hijos de Hiram, transcribió una parte del diario de viaje de su padre. El 25 de julio de 1911 éste decía textual: "Agustín Lizárraga es el descubridor de Machu Picchu y vive en el pueblo de San Miguel..."
De hecho, el propio Hiram Bingham cita el nombre de Lizárraga en su libro de 1922, Inca Land. Pero décadas después, en el que se considera su obra definitiva sobre el tema, The Lost City of The Incas, lo vuelve a omitir. Para él, Lizárraga y los suyos habrían sido simples buscadores de tesoros -o huaqueros- que no se dieron cuenta de que Machu Picchu era un sitio extraordinario.
Sin embargo, hay otra fuente histórica que reafirma a Agustín Lizárraga. Es el relato de José Gabriel Cossio, delegado del gobierno peruano que fue a Machu Picchu siete meses después de Bingham, guiado precisamente por Agustín Lizárraga. "No se puede decir, como lo afirman algunos, que el doctor Bingham haya sido descubridor de esa notable ciudad antigua y que antes de él no se la conocía ni se le había visitado por alguno", escribe Cossio en el informe oficial de su expedición. "El doctor Bingham tiene el indiscutible mérito de ser el primero en haberla estudiado científicamente, haberla conocido en toda su amplitud, y dándole el interés arqueológico que tiene; pero Machu Picchu descubierta estaba hace muchos años por agricultores y peones del valle de San Miguel (...). Hace diez años, el 14 de julio de 1901, llegaron a Machu Picchu los vecinos de Collpani, don Enrique Palma y don Agustín Lizárraga, en compañía de don Gabino Sánchez (...) a conocer estos restos, como leí en una inscripción que todavía existía en uno de los muros durante la excursión que hice en enero pasado".
Cossio incluso describe la muerte de Lizárraga, ocurrida el 11 de febrero de 1912 tras caer de un precario puente sobre el río Urubamba. Su cuerpo nunca fue encontrado. "Hemos tenido la desgracia de perderlo a nuestro compañero y guía de excursión don Agustín Lizárraga. Iba muerto ahogado en el brazo del río que corre cerca de San Miguel, pasando el puentecito peligroso para ir a ver su chacra. Iba acompañado sólo de un niño, no se le pudo auxiliar".
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Por estos días, el Cusco se prepara para la celebración oficial de los 100 años del descubrimiento de Machu Picchu. Proliferan afiches relativos al tema, los diarios informan sobre las actividades conmemorativas -ya se anuncia la presencia del presidente electo Ollanta Humala e incluso habrá un show del grupo chileno Los Jaivas- y la ciudad ya hace lo posible por sacarle el jugo -y los dólares- a los miles de turistas que llegan en masa a Machu Picchu (2.500 personas al día, para ser exactos).
Está a la vista: desde los counters para el check-in del aeropuerto y las poleras con leyendas alusivas, hasta la nueva etiqueta de la cerveza Cusqueña, todo llama con sospechosa insistencia a "celebrar juntos los 100 años de Machu Picchu".
Sin embargo, hay un dato que es, al menos, curioso. La fecha elegida para estos festejos no será el 24 de julio -el día exacto en que se cumplirán 100 años de la llegada de Bingham-, sino el 7 de julio, la misma fecha en que se eligió, el año pasado, a Machu Picchu como Nueva Maravilla del Mundo. Además, los afiches promocionales del evento contienen una frase cuya significado no es menor: lo que se celebrará, en realidad, es el centenario de Machu Picchu "para el mundo".
Según el ingeniero cusqueño Américo Rivas, quien ha investigado por años el árbol genealógico de los Lizárraga y el próximo 4 de julio lanzará en Cusco un libro titulado Agustín Lizárraga: el gran descubridor de Machu Picchu, esto tiene explicación. "Es un signo de que el gobierno se ha dado cuenta de que Bingham no descubrió Machu Picchu", asegura. "Fue la revista National Geographic la que fabricó a este descubridor. Cuando publicaron su reportaje encontraron una mina de oro: las ventas subieron cuatro veces más. Luego, a Bingham le inventaron un premio de consuelo, lo llamaron 'descubridor científico' y todos se comieron la pastilla. Pero él ni siquiera era científico: sólo era un aventurero profesor de historia".
Como sea, en los últimos años el nombre de Agustín Lizárraga ha ido ganando terreno en la historia de Machu Picchu. Es citado en los libros sobre el tema, hay historiadores que reivindican su figura, aparece en los folletos turísticos e incluso los guías locales conocen su historia y a menudo lo mencionan durante sus recorridos.
Sin embargo, para sus descendientes directos aún falta el reconocimiento definitivo por parte de las autoridades. "Creemos que es tiempo de revalorar todos los descubrimientos que han hecho los locales. Siempre han sido ellos los que le han dado las mejores perlas a los extranjeros que vienen desde afuera", dice Rómulo Lizárraga. "Todos mis colegas estamos de acuerdo en que el señor Bingham hizo un trabajo como primer investigador de Machu Picchu, a eso no se le puede quitar méritos. Pero nosotros no estamos mintiendo, incluso su propio hijo lo dice: Agustín Lizárraga es el descubridor de Machu Picchu".
El año pasado, un grupo de familiares encabezado por Arístides y Rómulo Lizárraga crearon la "Asociación Civil Descendientes de Agustín Lizárraga". Aunque es una organización pequeña, sus objetivos son gigantes: lo que pretenden es, ni más ni menos, reescribir el pasado y recontar una historia que cumplirá un siglo de vida.
Además, le pedirán al gobierno que se instale, a la entrada de Machu Picchu, una placa recordatoria con el nombre de Lizárraga y la cita del diario de Bingham donde lo reconoce como descubridor (hoy sólo existe una que recuerda a los campesinos Arteaga, Richarte y álvarez).
Todo en pos de que el mundo se entere, de una vez por todas, de la verdad.
La pura y santa verdad.
En 1989 el hijo de Hiram Bingham, Alfred, dio a conocer el diario de su padre donde decía que Lizárraga era el descubridor de Machu Picchu.
La figura de Agustín Lizárraga genera polémicas: para algunos éste sólo era un huaquero en busca de tesoros.
Lizárraga habría organizado el primer viaje turístico a Machu Picchu. En 1904 guíó a 12 personas interesadas en conocer la ciudad.
Fuente: El Mercurio de Chile