jueves, 19 de julio de 2012

TARATA Y LA CANTUTA‏

Por: Raúl Wiener
www.rwiener.blogspot.com 


Hace veinte años ocurrieron dos crímenes de lesa humanidad (no uno solo): en medio de una escalada Sendero Luminoso hizo explotar un coche bomba en el centro de Miraflores causando 20 muertos, muchos heridos y gran destrucción. Antier se han hecho las  conmemoraciones recordando este terrible acontecimiento. Pero, apenas unas horas después del bombazo, el Grupo Colina entraba a la Universidad de Educación bajo la cobertura del toque de queda y secuestraba a nueve alumnos y un profesor, para asesinarlos al filo de la madrugada en la carretera Ramiro Prialé. Era el vuelto del gobierno Fujimori por el golpe recibido  Para los servicios de inteligencia algunos de los estudiantes de La Cantuta eran cercanos a Sendero Luminoso y utilizaban los aparatos logísticos de la casa de estudios para la alimentación, hospedaje y refugio de sus cuadros. Habrá que esperar ciertamente  ver los diarios de hoy para ver si todos  los muertos injustos son tratados de la misma manera.
 
Pero a propósito de esto, el perseguido político más notorio de las redes sociales, acaba de inventar otro capítulo de la saga la “derecha calumniada”. En resumen, y para variar, son los caviares los que crearon la versión tan repetida según la cual Lima recién tomó nota del terrorismo con el atentado de Tarata. Bueno, eso es una mentira de mitómano, porque los que confesaron este sentimiento fueron políticos, empresarios, periodistas y otros que nunca habían sentido la muerte cerca en doce años de guerra por vivir en barrios que parecían invulnerables. Claro, el cándido de  la revocatoria es diferente, a él, como lo cuenta en varios artículos lo buscaban las bombas por vivir cerca a embajadas o por hacer de cuidante de sus amigos que hacían el amor en un parque de San Isidro. Entonces él se dio cuenta del peligro y se las picó para España.
 
Pero hoy mismo cuando se hace el recuento de dos décadas, las expresiones siguen siendo que con Tarata el Estado reaccionó y se decidió a acabar con Sendero (Guzmán fue detenido en septiembre de ese año), lo que implica decir que la subversión había desafiado el centro del poder burgués y había que acabar con él. O sea decenas de atentados en Villa El Salvador, Villa María del Triunfo,  Comas, Independencia, San Juan de Lurigancho, Ate y otros distritos populares, no terminaron de conmover al poder, como si lo hizo Tarata. Por supuesto para qué hablar de Ayacucho y otras regiones que perdieron un alto porcentaje de sus miembros. Aunque le duela, al que duele, hay un desdén implícito por el sufrimiento de los pobres que se repite en muchos otros aspectos de la vida.
 
En el curso de la guerra yo tuve que confirmar que el hombre acribillado en una calle de Vitarte era el dirigente textil Castilla, miembro del Comité Central del PUM. Estuve en riesgo en muchos vi ajes al interior, tanto por la represión como por los senderistas. Tuve que contar amigos muertos. En noviembre del 89, la izquierda marchó sola contra el paro armado de Sendero Luminoso que paralizó Lima.  Pero de lo que más enorgullezco es de la serie de artículos polémicos que intercambiamos entra la revista Amauta que yo dirigía y el Diario de Sendero, que luego se reunieron en el libro “Guerra e Ideología”· (año 1990), que es como entendemos hasta hoy la “lucha ideológica”. De eso y de nunca haber perdido de vista que al lado de Tarata existió La Cantuta, que otros olvidan.
 

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