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Hace
veinte años ocurrieron dos crímenes de lesa humanidad (no uno solo): en
medio de una escalada Sendero Luminoso hizo explotar un coche bomba en
el centro de Miraflores causando 20 muertos, muchos heridos y gran
destrucción. Antier se han hecho las conmemoraciones
recordando este terrible acontecimiento. Pero, apenas unas horas después
del bombazo, el Grupo Colina entraba a la Universidad de Educación bajo
la cobertura del toque de queda y secuestraba a nueve alumnos y un
profesor, para asesinarlos al filo de la madrugada en la carretera
Ramiro Prialé. Era el vuelto del gobierno Fujimori por el golpe recibido
Para los servicios de inteligencia algunos de los
estudiantes de La Cantuta eran cercanos a Sendero Luminoso y utilizaban
los aparatos logísticos de la casa de estudios para la alimentación,
hospedaje y refugio de sus cuadros. Habrá que esperar ciertamente ver los diarios de hoy para ver si todos los muertos injustos son tratados de la misma manera.
Pero a
propósito de esto, el perseguido político más notorio de las redes
sociales, acaba de inventar otro capítulo de la saga la “derecha
calumniada”. En resumen, y para variar, son los caviares los que crearon
la versión tan repetida según la cual Lima recién tomó nota del
terrorismo con el atentado de Tarata. Bueno, eso es una mentira de
mitómano, porque los que confesaron este sentimiento fueron políticos,
empresarios, periodistas y otros que nunca habían sentido la muerte
cerca en doce años de guerra por vivir en barrios que parecían
invulnerables. Claro, el cándido de la revocatoria es
diferente, a él, como lo cuenta en varios artículos lo buscaban las
bombas por vivir cerca a embajadas o por hacer de cuidante de sus amigos
que hacían el amor en un parque de San Isidro. Entonces él se dio
cuenta del peligro y se las picó para España.
Pero hoy
mismo cuando se hace el recuento de dos décadas, las expresiones siguen
siendo que con Tarata el Estado reaccionó y se decidió a acabar con
Sendero (Guzmán fue detenido en septiembre de ese año), lo que implica
decir que la subversión había desafiado el centro del poder burgués y
había que acabar con él. O sea decenas de atentados en Villa El
Salvador, Villa María del Triunfo, Comas, Independencia,
San Juan de Lurigancho, Ate y otros distritos populares, no terminaron
de conmover al poder, como si lo hizo Tarata. Por supuesto para qué
hablar de Ayacucho y otras regiones que perdieron un alto porcentaje de
sus miembros. Aunque le duela, al que duele, hay un desdén implícito por
el sufrimiento de los pobres que se repite en muchos otros aspectos de
la vida.
En el
curso de la guerra yo tuve que confirmar que el hombre acribillado en
una calle de Vitarte era el dirigente textil Castilla, miembro del
Comité Central del PUM. Estuve en riesgo en muchos vi ajes al interior,
tanto por la represión como por los senderistas. Tuve que contar amigos
muertos. En noviembre del 89, la izquierda marchó sola contra el paro
armado de Sendero Luminoso que paralizó Lima. Pero de lo
que más enorgullezco es de la serie de artículos polémicos que
intercambiamos entra la revista Amauta que yo dirigía y el Diario de
Sendero, que luego se reunieron en el libro “Guerra e Ideología”· (año
1990), que es como entendemos hasta hoy la “lucha ideológica”. De eso y
de nunca haber perdido de vista que al lado de Tarata existió La
Cantuta, que otros olvidan.
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