sábado, 8 de enero de 2011

El monocultivo del pensamiento




Recientemente, Noam Chomsky –colaborador en este periódico– publicó lo que él llamó diez estrategias de manipulación mediática. Diez formas de alejar a la población de la verdad y de adormecerla en la medida de lo posible. Quisiera, a partir de algunas ideas de este decálogo, analizar qué información nos llega, mayoritariamente, desde los medios de comunicación, la publicidad y la gobernanza en general, acerca de la agricultura, la alimentación y, en particular, del hambre.
Primero, y con el argumento de la distracción, se busca eso, alejarnos de cuestiones fundamentales para el devenir de la civilización, llevando nuestra atención a temas banales, sin ninguna importancia. Segundo, cuando llega el momento de hablar de los problemas del hambre, se suele acabar planteando un problema falso, para que estemos todos de acuerdo en aceptar una solución interesada. Suele ser habitual situar el problema del hambre en la falta de productividad: que no tendremos alimentos para tantas personas, que el aumento de la demanda en China e India obliga a más producción, etc. La solución –su solución– entonces entra en bandeja de plata y se postula que la biotecnología salvará al mundo. Si supiéramos que la escasez de alimentos es mentira, ¿aceptaríamos sus recetas rellenas de transgénicos?
Tercero, la estrategia de falsas (o muy improbables) expectativas es el método utilizado para convencernos de que, por el momento, no son necesarias medidas correctoras. Si el petróleo se acaba, ¿no deberíamos buscar otras maneras de producir alimentos menos dependientes? Si el cambio climático lo tenemos encima, ¿no deberíamos prescindir de modelos productivos contaminantes? No –contestan– ya encontraremos una fuente alternativa, una solución mágica, no hay prisa. Es el mensaje tecnoptimista de quien no quiere cambiar nada porque todo le va muy bien.
Cuarto, el mal uso de las imágenes de personas sufriendo hambre o pobreza es un recurso clásico y desafortunado de presentarnos una realidad sin duda existente pero con otras muchas aristas y enfoques. Los impactos emocionales suelen desviarnos del sentido y la reflexión crítica que debemos agudizar en esos momentos. Será por eso que, en general, es más fácil encontrar opiniones de “pobres personas, cuanta ayuda necesitan”, que preguntarse: “¿Qué hace que estas personas estén en esta situación?”.
Quinto, el pacto entre el poder y la ciencia oficial. Es común que muchos posicionamientos se escudan en la infalibilidad de la ciencia, ese ser alejado, intocable, capaz de hacernos sentir ignorantes absolutos. Son muchos los casos, por ejemplo, de campesinos que, teniendo con la experiencia propia (una forma de ciencia desautorizada) buenos resultados de sus cultivos, cambian a otras prácticas menos apropiadas porque “lo dicen los servicios técnicos” (añadan: de las empresas que se beneficiarán). El extremo se alcanza cuando se defienden los argumentos científicos por encima de los políticos y sociales.
Sexto, reforzar la autoculpabilidad de todos nosotros como consumidores. Acaban haciéndonos sentir culpables porque no somos del todo coherentes en nuestro consumo y no cumplimos con los estándares del consumidor responsable. Sólo una táctica más para alejarnos de una actitud de rebeldía contra el sistema económico, el verdadero responsable. Y lo mismo podíamos decir, para acabar, cuando se nos aleja mucho de las posibles soluciones. Es aquello de “no podemos cambiar nada”, “las decisiones se toman muy lejos de nuestras esferas”, “las fuerzas contrarias son muy poderosas”, etc.
Para que vean que lo que les digo no son imaginaciones mías, les informo sobre dos declaraciones llegadas de Naciones Unidas, que no han encontrado eco mediático y que contrastan enormemente con lo que nos explican cuando hablamos de agricultura y hambre en el mundo: por un lado, según Oliver De Schutter, relator especial para la alimentación de la ONU, “en lo que a la seguridad alimentaria mundial se refiere, el rendimiento de la agroecología o agricultura ecológica supera ya al de la agricultura industrial de gran escala”. Por consiguiente, frente al discurso oficialista, lo que propone De Schutter es que “los Gobiernos y las agencias internacionales deben promover urgentemente las técnicas de cultivo ecológicas para aumentar la producción de alimentos y salvar el clima”. Por otro, según un informe del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, “si se adoptan mayoritariamente los sistemas agroecológicos, que han demostrado su eficacia en la reducción de las emisiones, el sector de la agricultura podría neutralizar la mayor parte de sus emisiones de carbono antes de 2030 y producir alimento suficiente para una población que probablemente alcance los 9.000 millones en 2050”.
Dos declaraciones muy similares, fuera de los moldes habituales, que contrastan con la última operación de la Fundación Gates que, ahora aliada y con participaciones en el gigante Monsanto (jefe de la agricultura industrial), propone replicar en África el modelo de agricultura intensiva y dependiente de semillas y agrotóxicos. Monsanto lo llama, con la boca bien grande, la Nueva Revolución Verde. Gates lo llama la Revolución Verde 2.0.
Aviso: nos distraerán, nos mentirán, nos venderán sueños imposibles, coquetearán con nuestro corazón, nos harán sentir malas personas y nos presentarán todos los datos a su favor para que creamos, apoyemos y confiemos en su buen saber y su buen hacer.

Fuente: Rebelión

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