Por: FELIPE AGUIRRE
En el primer decenio  del siglo XXI hemos sido testigos de un desarrollo industrial y  tecnológico producto de fuerzas productivas sin precedentes. Pero, los  “éxitos” del capitalismo mundial se están convirtiendo ahora en su  contrario. La sociedad llamada “posmoderna” se encuentra a merced de  fuerzas que no puede controlar: la gente mira el futuro con creciente  ansiedad y en lugar de las viejas certezas, lo que tenemos es  incertidumbre.  Este malestar afecta principalmente y en primer lugar a la clase  dominante y sus estrategas, que cada vez se dan más cuenta  de  que su sistema está en descomposición.  
La crisis del imperialismo se refleja en la crisis  económica, ideológica, de los partidos políticos, las iglesias  oficiales, la moral, la ciencia e, incluso, en lo que actualmente está  sucediendo en la filosofía. En ese marco, teorías y postulados que prometían  infinitas posibilidades de progreso y prosperidad capitalista se han  vuelto espurios.  Tal vez, como dijera el  poeta  Stearns Eliot,  “tiempos de gloria  convertidos  en “humareda” y “vacío”. Conforman esa lista Alvin Toffler;  Karl  Raimund Popper; Thomas Kuhn y su propuesta de desarrollo de la ciencia  por medio de  renovaciones que eliminan el nexo entre lo  viejo y lo nuevo.  Más todavía, la tesis del científico de  Instituto Tecnológico de Massachusetts, puede ser tipificado como   un “dialelo”, es decir, Círculo vicioso. En el  intento de buscar salida al “eterno retorno” de Thomas Kunh, el filósofo  austriaco Paul Kart Feyerabend postuló que la ciencia es una actividad  esencialmente anárquica y así redujo la ciencia al irracionalismo, vale  decir, al  ímpetu del instinto, la intuición, del azar y  las creencias. Esa misma fuerza alcanzó a Edgar Morin, quien en su   obra  El método, (aparecida en 1977, 1980 y  1986), propone  renunciar  a la unidad de las  ciencias por  el desorden.  
En la economía, según Alan Greenspan, ex presidente de la  Reserva Federal, también “existen fallas en los fundamentos del  conocimiento económico”. En ese sentido, los premios nobeles Paul  Krugman, Joseph Stinglitz, Robertt Solow, George Akelof han admitido  serios problemas epistemológicos de la economía. Así, se puede afirmar  que “la ciencia económica está preñada más de creencias que de  evidencias científicas”. Por un lado, fundada en elegantes fórmulas  matemáticas, indujo a aferrarse a la creencia de que el mercado nunca  falla y, por otro, condujo a exaltar el insensato culto al crecimiento  perpetuo del Producto Bruto Interno. Pero, el problema es que el PBI  crece y el planeta no.  La misma situación atraviesan las  matemáticas. Kurt Godel, con la publicación en 1930 de sus famosos  teoremas, desentrañó los vacíos y puso en cuestión los métodos  fundamentales de las matemáticas clásicas. Sus aportes provocaron una  crisis y los desarrollos posteriores trajeron nuevas complicaciones. El  método axiomático-deductivo, tan visto en el pasado como la aproximación  al conocimiento exacto, empezó a verse fallido.  
En el campo de la  psicología, Piaget tampoco pudo saltar la valla de los límites que  impone la concepción metafísica. Su obra, aunque extraordinaria, se  redujo a la descripción  de  etapas del  desarrollo cognitivo. En Piaget prevalecieron los errores del innatismo  que considera al sujeto con capacidades predeterminadas. Así  redujo lo social a lo biológico, el aprendizaje a la maduración.  
En tiempos de “gloria”, Francis Fukuyama, en su libro “El fin de la Historia y el último hombre”,  asumió abiertamente que la Historia humana, como lucha entre ideologías,  había concluido. El liberalismo habría triunfado sobre todo tipo de  economías y el modo de vida de las sociedades capitalistas se imponía  respecto a otros estilos como única opción viable, al tiempo que el liberalismo democrático se constituía en el llamado pensamiento único. Así, las ideologías ya no serían necesarias y Estados Unidos  sería  la única realización posible del sueño marxista de  una sociedad justa y sin clases. Pero el triunfalismo imperialista  norteamericana duraría apenas un cerrar y abrir de ojos y pronto  conoceríamos el real estado agónico de la otrora primera potencia, cuya  hecatombe continuará hasta desaparecer y dar paso a nuevas formas de  organización, como ocurrieron con innumerables reinos e imperios  esclavistas y feudales. En suma, el sistema imperialista en su conjunto  se debate, en una crisis general y en una acelerada descomposición que  trasciende el ámbito económico, como reflejo de la lucha de clases en el  planeta y, con ello, la  tesis de Fukuyama y otras mentes  brillantes del sistema pasaron a mejor vida. En cambio la historia  seguirá su curso de desarrollo interminable, de cambios y  transformaciones, con apogeos y caídas, pero también con superaciones  dialécticas.  
En ese contexto, dos tercios de la humanidad viven al borde de  la barbarie. Enfermedades comunes como la diarrea y el sarampión, que se  podrían evitar con una simple vacuna, matan a millones de niños en el  mundo. La educación sigue siendo un lujo para millones de personas. Los  pobres no tienen acceso a una educación científica y a los servicios  médicos elementales.  
En el sentido literal de la palabra, la humanidad está en una  encrucijada. Por una parte, existe el potencial para construir un  paraíso en este mundo. Por otra, elementos de barbarie amenazan con  inundar y destruir el planeta. En su loca búsqueda de volverse más  ricos, las grandes transnacionales están arrasando con el planeta.   
             En Latinoamérica, la principal razón de la creciente pobreza es  el saqueo a gran escala de sus recursos a través del intercambio  comercial y de deuda externa con los grandes bancos occidentales. Solo  para poder pagar los intereses de la deuda, estos países tienen que  exportar la comida que su propia población necesita y sacrificar su  educación y salud. Así, los economistas brasileños han demostrado que la  destrucción de la selva amazónica está provocada principalmente por la  necesidad de conseguir dinero gracias a la exportación de los productos  agrícolas y ganaderos como carne de ternera, obtenidos en las tierras  conquistadas a la selva.  
La situación en el  Perú no es muy alentadora. Ya en el siglo XIX  Manuel  Gonzáles Prada (1894) describió al Perú como: “Organismo enfermo  donde se pone el dedo brota la pus”.  
El célebre tacneño  Jorge Basadre  intentó explicar los tipos de personalidades  peruanas por medio de la tipificación de los ciudadanos de su tiempo  como: “Incendiados, congelados y podridos”.  
Pero  sería   José Carlos Mariátegui  en sus obras y de modo muy  particular en los  Siete ensayos de interpretación de la  realidad peruana (1928) quien realizara el examen integral de la  problemática política, social, económica y educativa del país  explicando  que sus males tienen sus raíces en las fallidas estructuras económicas.   
En efecto, cerca de cumplir 200 años de  vida “republicana”, el Perú  está lejos de alcanzar el  desarrollo nacional que se merecería como resultado de una educación  científica de integración y de transformación de los pueblos. Por el  contrario, a ojos vista el Estado peruano es todavía centralista,  patrimonial y excluyente. Centralista porque en pleno siglo XXI persiste  la creencia de que Lima es el Perú y el Perú es Lima. Estado  patrimonial por cuanto su historia republicana está repleta de  aprovechamientos de lo público para fines privados: desde el nepotismo  hasta la simple y desnuda sustracción de los dineros estatales.  Excluyente, por cuanto  existe exclusión y discriminación  de todo tipo. Se excluyen por el color, por la procedencia, por las  costumbres, por las ideas.
No obstante, en medio de las crisis, las  perspectivas son infinitas. Pero fundamental y esencialmente es de  vital importancia que el maestro asuma con optimismo de clase y vocación  de científico social su labor de transformación de conciencias y  pensamientos. Para Mariátegui “de todas las victorias humanas,  corresponde a los maestros el gran mérito; de todas las derrotas  humanas, les corresponde también la gran responsabilidad”. En ese mismo  sentido, decía José Martí, es necesario “hacer lo que conviene a nuestro  pueblo, con sacrificio de nuestras personas; y no lo que conviene a  nuestras personas con sacrificio de nuestro pueblo”. Claro está, lo que  le conviene a nuestros pueblos es el desarrollo social equitativo y no  la exclusión, la desigualdad y la pobreza. Le corresponde al maestro  peruano construir alternativas genuinas inspiradas en la historia de la  cultura peruana y latinoamericana. La patria espera de sus hijos  planteamientos claros y alternativas viables, así como el señalamiento  de nuevos cursos en la historia. Así, el presente libro:”Crisis y  Perspectivas de la Educación en el Perú”, sin temor a equivocación,  constituye un aporte valioso por cuanto recoge críticamente los temas  fundamentales del proceso educativo y del proceso de  enseñanza-aprendizaje. Pero no es un libro de “calco y copia”, tampoco  ecléctico, ni mucho menos de aquellos que se quedan en la descripción  mecánica. Por el contrario, asume, como debe ser, un enfoque ante la  vida, el mundo y sus factores. Sus potencialidades de libro crítico y  alternativo le hacen relevante. Eso es así, ante todo, por cuanto el  libro ha sido escrito desde el inicio hasta el fin bajo una concepción  científica de inspiración marxista. Enfoque que enseña a mirar más allá  de lo inmediato, a penetrar más allá  de la aparente calma y  estabilidad y ver  la vida con optimismo. Responde de esta  forma a la necesidad histórica de cambio. Y ello en correspondencia con  un principio básico: “a la escuela peruana no le hace falta cambios  accidentales de formas y accesorios, sino transformación  desde  sus fundamentos, fines y  objetivos”.  Cualquier  esfuerzo distinto sólo será sinónimo, en el mejor de los casos, de  renovación o reforma. Y de esas, hasta ahora, se ha tenido muchas por  doquier.  



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